Desde La Paz, pasando por Oruro y el Salar de Uyuni en Bolivia, Salta y Buenos Aires en Argentina; hasta Colonia del Sacramento en el Uruguay. Más de 2500 de kilómetros por carreteras, rieles y ríos…
Llegó un día en el que tuve la impresión de que estaba perdiendo el sabor de los viajes entre tanto ir y venir en aviones que me transportaban de un hemisferio al otro. Nada está cerca en Sudamérica o todo está lejos de ella. Esa simple realidad impone tomar el aire por varias horas hasta alcanzar algún lugar en el mismo continente o en el otro punto del planeta; pero, al mismo tiempo, nos desconecta de las pequeñas cosas que ofrecen los viajes más terrenales. Esos que nos conectan a la tierra y nos alimentan con los episodios más perdurables en nuestra memoria.
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Era diciembre del 2012 y tenía la mochila ya dispuesta. Junto a mí, como acompañantes invitados, irían dos adolescentes conocidos de toda la vida. Un viaje mochilero que arrancaba en La Paz y que nos llevaría por Oruro y Salta hasta Buenos Aires, en Argentina, y Colonia del Sacramento, en el Uruguay. Serían casi 2.500 kilómetros que cubriríamos por carreteras y rieles hasta la capital bonaerense, más otros 52 kilómetros de tránsito sobre el Río de la Plata hasta la pequeña ciudad del suroeste uruguayo. Del Altiplano boliviano, pasando por la pampa argentina y encallando en la costa uruguaya. En ese momento inicial de la travesía era imposible vislumbrar que el destino nos tenía preparada una “experiencia bíblica”, formato siglo XXI, a pocos días de la Navidad, como un guiño o regalo de la vida. Pero ahora mejor vayamos por partes…
La idea que había rondado por mi cabeza en los últimos meses, se hacia realidad. Estábamos en puertas de una experiencia de la que sólo teníamos claro el destino (o nuestros dos destinos), pero ninguna fecha de llegada y menos alguna idea de lo que nos esperaba en cada sitio antes de arribar a Buenos Aires. Sabíamos que nuestro recorrido iniciaría en bus, en La Paz, y que continuaría en tren, desde Oruro hasta el poblado fronterizo boliviano de Villazón. Mis acompañantes, que eran grandes conocedores de las aventuras de Karl May, habían sido seducidos de hacer el viaje con el argumento de que nos acercaríamos a los paisajes descritos en Am Río de la Plata, libro en el que se da color a las pampas argentinas, como escenario de las historias de gauchos y militares revolucionarios de fines del siglo XIX. Para quien nunca haya oído hablar de May y su obra, es interesante saber que, sin salir de su país y pese a una supuesta ceguera, este escritor logró imaginar paisajes desconocidos y publicar varios títulos sobre hazañas en mundos lejanos; publicaciones que lo convirtieron en uno de los autores alemanes más reconocidos de literatura juvenil de todos los tiempos en la órbita de lengua germana.
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No era la primera vez que visitaba Argentina. Si y no. En realidad había estado en varias ocasiones en Buenos Aires pero siempre entrando y saliendo por Ezeiza, su aeropuerto internacional. La primera vez fue en los años 90 cuando aún gobernaba el peronista Carlos Menem, época en la que Argentina se mantenía como uno de los focos más atractivos para la migración boliviana de baja formación, una tradición que se sostenía firme desde los años 70, y para los estudiantes bolivianos acomodados que buscaban un espacio en las bien reputadas universidades de Buenos Aires y Córdoba. En ese momento, Argentina estaba en la cresta alta de las reformas económicas bajo el estandarte de las privatizaciones que empezaba a dar sombra a casi toda Sudamérica; cuando la moneda argentina estaba a la par del dólar y muchos de sus ciudadanos vacacionaban fuera del país para retornar con las maletas llenas: la década del crédito barato y el vuelo de los dólares hacia el exterior. Era la época previa a la inflación monetaria que hundió su economía y deterioró su calidad de vida hasta provocar, entre otras cosas, el retorno de los migrantes bolivianos y la consecuente búsqueda de otros nortes más prósperos y prometedores en términos laborales (España, la flamante miembro de la Unión Europea, por ejemplo), y el cambio de orientación en la mirada de los estudiantes universitarios bolivianos al ver que la calidad de la enseñanza superior argentina estaba decaída y, sobre todo, inflacionada (Estados Unidos, Chile o las universidades privadas que habían hecho explosión en Bolivia en esa misma década llenarían ese hueco). La última vez llegué a la capital bonaerense el 2011 para visitar a unos amigos recientemente delegados al país en misión oficial. Si, puedo decir que visité reiteradamente el Buenos Aires del tango, vino y asado en sus buenos y malos momentos económicos, pero sin salir nunca de su urbe. No, nunca estuve sobre alguna de sus carreteras.
Para NIEMANDSLAND, un viaje en seis episodios: Viaje adolescente; A mochila y bus en el altiplano boliviano; Historias de tren andino; Salta, San Lorenzo y salpicones de vino; Buenos Aires al natural: encuentro con el Tigre; Colonia del Sacramento: Fado da saudade.
Hallo Teresa! increíble la pagina que has logrado crear!! mis sinceras felicitaciones! con seguridad va a aportar a una mejor comprensión de lo que es Bolivia para los germanoparlantes!!!
Hallo Marcos! Muchas gracias por las felicitaciones y por visitar este espacio.
Abrir ventanas entre culturas es nuestro propósito. El carácter de un pueblo es muchas visible en sus pequeñas cosas. Personalmente estoy convencida de que el intercambio cultural siempre enriquece a unos y a otros. ¡Un abrazo!