• Periodismo y miradas desde dos culturas...

    Buenos Aires al natural: encuentro con el Tigre

     

    Buenos Aires: la ciudad más europea de Latinoamérica. Eso repiten todas las guías de turismo que se dedican a la capital argentina y no hay quien se oponga a esa afirmación. Las edificaciones de sus barrios tradicionales, públicos y residenciales rememoran varias corrientes arquitectónicas europeas. El prototipo de su gente, su estética y su modo tan particular de conversar, sin mencionar el acento distintivo del porteño, marcan al núcleo de la ciudad. Hay mucho por ver…

    Pero también es cierto que, fuera de las rutas sugeridas por las guías, hay más por descubrir y sentir de Buenos Aires. Más allá de las noches de tango, del recorrido en el bus turístico, del asado en alguno de los buenos restaurantes del centro tradicional, de sus sitios de compras, de sus calles alborotadas de gente, de sus más de 38 mil taxis negros de techo amarillo y de sus buses casi siempre colapsados, hay una ciudad oculta que sólo se desnuda ante quienes habitan en ella. Buenos Aires, intima.

    © T. Torres-HeuchelHabíamos pasado 16 horas en el bus entre Salta y Buenos Aires. Llegamos a las 7:30 de la mañana y enseguida fuimos a instalarnos en el pequeño departamento que habíamos alquilado en el barrio de Recoleta. Los periódicos, sin excepción, tenían en portada las fotos de las inundaciones provocadas por las lluvias de los días pasados, pero el conserje de nuestro edificio nos aseguró que las tormentas no volverían a presentarse más en la ciudad. “Las lluvias, cuando se van, se van con furia. Ahora toca la ola de calor”, dijo como si fuese un Zeus porteño. Por lo general, los argentinos son gente amable y habladora, sin traza de timidez. Algo que muchas veces deja desconcertados a los visitantes.

    A media mañana recibimos la llamada de una amiga que estaba viviendo desde hace algunos meses en la ciudad. Nos conocíamos de muchos años. Berlinesa de nacimiento, había sido enviada a Bolivia el 2003. Después de cubrir varios destinos laborales había llegado a Argentina el 2011. Nos unía una amistad que supimos mantener pese a la distancia. Teníamos muchos intereses en común: el disfrute de la naturaleza entre ellos. Con varios meses ya de estancia en Buenos Aires, me ofreció descubrir los lugares que sus colegas locales de trabajo le habían propuesto. Una especie de guía turística para avanzados o simplemente para gente con más tiempo.

    Su plan de Buenos Aires al natural era el siguiente: tomaríamos el tren Mitre desde la estación de Retiro ­–muy próxima a nuestro hospedaje–, nos dirigiríamos hacia el delta del Tigre del Paraná, y allí nos desplazaríamos en una lancha colectiva que nos llevaría hasta un par de lugares en los que pasaríamos el día. Parecía muy simple, pero me advirtió que el servicio ferroviario tenía tres ramales y que, muchas veces, el tren directo a la estación Tigre dejaba de operar y que, en ese caso, sería necesario hacer un trasbordo.

    Para evitar inconvenientes decidimos tomar el tren en la estación de Belgrano. La línea Mitre recorre en una hora 28,2 kilómetros, dirigiéndose al norte de la ciudad y yendo en paralelo a la costa del Río de la Plata. Era un domingo caluroso ya a las ocho de la mañana, y cuando abordamos el tren notamos que habíamos combinado con el plan dominical de decenas de familias. El ferrocarril Mitre estaba en esos meses en la mira de los medios de comunicación a causa de las denuncias sobre el mal estado de sus vías que habían provocado más de un descarrilamiento en un solo mes.

    Pero no sólo las vías necesitaban atención. Los vagones, más que pensados para transportar pasajeros, parecían diseñados para llevar carga. Los asientos eran escasos y la falta de mantenimiento hacían suponer un total abandono de la línea. La mayoría de los pasajeros viajaba de pie, pero pasados los minutos optaba por sentarse en el piso. El tren mismo parecía una gran metáfora acerada de la decadencia argentina de ese momento. La dignidad es una palabra sin sentido cuando hay hastío. “Argentina vive hoy una aguda crisis económica, pero sobre todo una ruina moral. De todas formas, somos unos expertos en vivir en crisis permanentes”, me dijo Santiago Calderón, un amigo porteño –nieto de un inmigrante nacido en el pueblo de Soto de la Vega en Galicia– con el que recorrimos un par de barrios en los siguientes días.

    Eran casi las 10:30 de la mañana cuando llegamos a nuestra estación de destino. Quedé pasmada ante el espectáculo. El Tigre nos guiñaba desde el otro frente. La imagen resultaba impresionante: era un río que condensaba estampas latinoamericanas, asiáticas y europeas. Visiones del Amazonas y recuerdos de los canales de Venecia al mismo tiempo. Colores, naturaleza e inmensidad sudamericanos como escenografía de soporte a antiguas lanchas de madera de trazo europeo, modernos catamaranes y barcos de cabotaje que parecían más bien insólitas pinceladas encargadas de hacer más  sorprendente el cuadro. ¡Y todo a menos de una hora de Buenos Aires!

    Antes de la llegada de los españoles el lugar estuvo habitado por indígenas guaraníes. El nombre del caudal se originó en la abundancia de jaguares (“tigre americano”) en la zona. El primer tren de pasajeros llegó al Tigre en 1864. El área estuvo infestado de cólera en 1867, pero en 1871 los pueblos e islas del delta sirvieron de refugio a las familias porteñas que escapaban de la fiebre amarilla que ese año había tomado Buenos Aires. Prisión y asilo de epidemias pasadas. En el presente, el delta del Tigre es un enorme área recreacional para quienes dejan el asfalto, buscando hundirse en la naturaleza y las actividades náuticas por algunas horas, días o semanas.

    © T. Torres-HeuchelEl Tigre forma parte del delta del Paraná –el tercero más renombrado en Sudamérica después del Amazonas y el Orinoco–  que se forma de la confluencia del río Paraná con el Río de la Plata. Su época de esplendor turístico fue a mediados del siglo XX  y su decadencia se dio en los 70. Es una zona en la que abundan clubs náuticos, viviendas campestres y hospedajes turísticos que se reavivan durante los fines de semana. Si bien el rio traía canoas, kayaks y botes de remo, aquel caluroso domingo destacaba el gran número de modernas lanchas particulares al punto de recordarnos a la prosperidad y ostento de las costas de Miami.

    Fuimos directamente al muelle desde donde salían las lanchas colectivas y logramos hacer las reservas con el representante –una de las varias cabinas apostadas en el muelle–  del restaurante que nos habían recomendado. En el Tigre no hay caminos de acceso vehicular así que abordamos el transporte náutico que nos llevaría a nuestro primer destino en ese singular laberinto acuático. Para visitar cualquiera de sus puntos es necesario hacerlo en lanchas taxi o en embarcaciones colectivas, si no se tiene un navío de uso personal, claro. El sistema de recorridos y horarios es complejo para los turistas así que las preguntas, tanto a pasajeros como a los asistentes del transporte, sobre el recorrido y destino de la embarcación, parece ser una buena idea.

    Las lanchas colectivas tienen varias rutas fijas y, tanto en invierno como verano, tienen un horario límite para el retorno. Con ese dato, recuerdo que aquel día nos pusimos muy atentos a la hora de regreso del último transporte. ¡No estaba en nuestros planes enfrentarnos a la emergencia de buscar albergue para pasar la noche!

    Las embarcaciones sobre el Tigre no sólo llevan pasajeros (alrededor de 15 personas) sino también suministros a los pequeños poblados e islas que están regados en las orillas de la desembocadura del Paraná. En el trayecto vimos una “lancha mercante” que vendía provisiones a su paso. Fue bastante sugestiva la escena de unos bañistas adolescentes comprando coca colas, botellones de agua y garrafas de gas de la pequeña embarcación que viajaba por los vericuetos del delta.

    Nuestro primer recorrido supuso 40 minutos por uno de los brazos del Tigre. El paisaje resultaba nuevo a cada instante. Por momentos asomaban vistas de casonas desfallecientes que daban cuenta de años de esplendor y riqueza en la zona. Nos tocó pasar por una especie de cementerio de barcos más enviados al abandono que al desguace. En ocasiones, asomaban alegres grupos de chiquillos y jovenzuelos que se lanzaban al agua desde trampolines o muelles domésticos de la rivera. Un ambiente de alegría y disfrute del tiempo libre. El entorno recubierto de un verdor salvaje, mientras el Tigre corría extenso, oscuro y calmado.

    En estos días que escribo sobre nuestro encuentro con el Tigre se me ocurrió preguntar a mi buen amigo Santiago sobre las intimidades del río o sus recuerdos. “Hay dos temas que pueden interesarte: el primero es que el subsuelo del delta está lleno de gas metano y que algunos lo usan como combustible, aunque legalmente está prohibido. El segundo es el crecimiento del delta a causa del arrastre de sedimentos. ¡Allí donde 50 años atrás yo pasaba navegando, existe hoy una isla con un country club!”.

    © T. Torres-HeuchelAjenos a las intimidades del Tigre, aquellas primeras horas sobre el río nos dedicamos a tomar el sol y a remar en los kayaks que alquilamos en un centro de recreación familiar. Un par de horas después tuvimos que emprender el retorno para dirigirnos luego al río Capitán donde estaba el Gato Blanco, el restaurante de nuestra reserva. Ese mediodía almorzamos un lenguado au citron vert acompañado de papas salteadas en mantequilla y pedimos un Apfelstrudel como postre. El menú mostraba de nuevo  el cordón umbilical argentino con Europa.

    Entre adolescentes y adultos pasamos la tarde hablando de las cosas que nos habían sucedido en los últimos años y sobre los planes que teníamos para los siguientes días. Casi por accidente tropezamos con la situación económica argentina y los efectos de la política proteccionista en la vida cotidiana. En su condición de extranjera y funcionaria diplomática, mi amiga estaba impedida de comprar un vehículo en el mercado interno y, por lo tanto, se había apuntado en una lista de espera de importación de coches. Pasados los meses se enteró que aguardaba por casi un imposible: la internación de productos a Argentina dependía del equilibrio de su balanza comercial con el país exportador del producto.

    Imaginaba a mi amiga alegrándose por cada kilo de carne o botella de vino argentinos comprados en los supermercados alemanes porque esas ventas la acercaban al sueño de viajar con su familia en un vehículo propio por el extenso territorio argentino que tanto quería recorrer. Ella dejó el país el 2014 con gran frustración. La balanza comercial entre Argentina y Alemania se mantuvo favorable al país europeo. Según del despacho comercial de la Embajada Alemana en Buenos Aires, el primer semestre del 2015 el saldo a favor fue de 607,6 mil millones de Euros (37% más que el 2013). Las exportaciones de carne, vino o materias primas nunca crecieron tanto como para permitir la liberación de las restricciones a las importaciones desde Alemania. Y así en muchos rubros, y así muchos afectados.

    Aquel día de diciembre cuando emprendimos el regreso eran ya las cinco de la tarde y el sol doraba suavemente todas las visiones. Los barcos abandonados y las casonas lánguidas cubiertas por un vaho de nostalgia perceptible sólo a ojos neófitos. El bullicio que se iba apagando lentamente en una tarde de domingo que se nos antojaba hubiese sido eterna. El presente, el pasado, el futuro sin fronteras en esa atmósfera invisible de las riveras del Tigre.

    Teníamos que abordar nuestro tren hacia Buenos Aires. El andén estaba colapsado de gente. Nos tocó un retorno apretado. Cuerpos pegados lado a lado, muchas manos para contadas barras de sostén. Pocas veces vi tanta aglomeración de gente en un tren. Pensamos que nos faltaría el aire no sólo por el gentío a bordo sino porque muchas de las ventanillas estaban trabadas. En ese momento asomaba nuevamente el signo del hastío y cansancio de una sociedad acorralada en un tren viejo y maltrecho. “Argentina se está mexicanizando”, me había dicho mi amigo porteño como expresión de su temor por la “latinoamericanización” del territorio más europeo de Sudamérica. Una frase que sepultaba mitos y desenterraba a los peores monstruos del continente.

    Sí, Buenos Aires tiene mucho para los sentidos y el Tigre es, sin duda, un lugar al que me gustaría volver para sentir (la atmósfera) una y otra vez…una y otra vez…

     

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