En cada periódico alemán se encuentra en estos días la palabra “refugiado” en las primeras páginas. También existen muchas películas y libros. A tal propósito quiero recomendar en estos días una obra que describe de manera contundente el vínculo entre la palabra “refugiado” y nuestro propio manejo del asunto. Además, leerlo traerá calma a estos agitados días. Es la novela Landnahme (Tierra de conquista, aunque sin traducción oficial al español), de Christoph Hein.
Desde su aparición en el año 2004 se han publicado muchísimas críticas agudas. Voy a remitirme a ellas con la clara advertencia de que éstas revelarán de inmediato el desenlace de los casos criminales de los que trata, finalmente.
Por cierto, todos encontraron la novela doble o triplemente fantástica (yo también): sospechoso de clásico y obra literaria de primera clase. Ninguno podía imaginar en ese momento cuán fundamental y cercano a la realidad sería el estudio de caso de una familia reasentada en la Alemania Oriental (DDR) de la post guerra, 10 años después. Especialmente para nosotros que hoy estamos perplejos en medio de 800.000 mil nuevos buscadores de patria, sin contar con los ahogados ni los asfixiados.
Christoph Hein es mucho más minucioso que Houellebecq en la exploración de “qué sería sí” al rebuscar en las aristas: que los hombres que se sienten con miedo y aislados, obviamente, en primer lugar, comprarían perros bravos. Es, de hecho, un conocimiento práctico. Que la confianza debe ser parte de la mezcla de semillas y que éstas no crecen más “cuando uno ya lo tiene todo” es algo que percibe un compañero de la escuela que, al margen de la fiesta de carnaval, quiere iniciar una charla con el marginado de aquel entonces. Pero ese intento no funciona porque tampoco funcionó al inicio.
No funciona porque todos han puesto de inmediato su etiqueta de “pobres” a los “nuevos”. Incluso cuando la ciudad les pertenece hoy a ellos.
Sergei Lagodinsky escribió el 20 de agosto en el periódico judío Jüdische Allgemeine sobre “los refugiados”: “Quien considera buenos a esos hombres de forma colectiva, no tiene cabeza. Quien les quiere denegar el derecho a la vida y a la seguridad, no tiene corazón. Y antes de usar la cabeza tenemos que demostrar que tenemos un corazón”.
Quien leyó Tierra de conquista sabe exactamente qué pasa cuando no lo hacemos.
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