La película de Rodrigo Ayala Bluske es un paseo obligado para aproximarse a la idiosincrasia tarijeña y para conocer la “otra cara” del cine boliviano. Con mucho de sociólogo, antropólogo y comunicador en la piel, el director de la producción La huerta nos habla de su última producción y de su percepción de la sociedad “chapaca” que trata de retratar en sus realizaciones
Cuando en mayo del 2013 llegó a la cartelera boliviana la película La huerta, del cineasta Rodrigo Ayala Bluske (49), el carácter sociológico de denuncia que marca a la producción cinematográfica boliviana quedó matizado con la puesta en pantalla de una comedia de suspenso, humor negro y “picardía a la tarijeña”. Un camino “liviano” –que no es lo mismo que superficial–, entretenido y divertido para llegar a conocer algo de la idiosincrasia tarijeña y, de paso, vernos reflejados en sus personajes y en la trama como sociedad. ¿No es mucho para una película?
Instalado en Tarija y dedicado a la investigación –es director de Prometa (Protección del Medio Ambiente Tarija, una de las organizaciones ambientales más importantes de Bolivia)–, Rodrigo Ayala complementa su vida con el cine –es socio de Toborochi Films– y los análisis políticos.
Ese particular perfil le ha permitido realizar un largometraje documental sobre la cultura “chapaca” –Tarija-Valle Central– y tres películas de buen cartel: Día de boda (2007), Historias de vino, singani y alcoba (2009) y La huerta (2012). Las tres películas de ficción “son una descripción en clave de comedia de la clase media tradicional tarijeña”, nos dice Ayala.
Según sus mismas palabras, en ellas se cuentan los temores –de la “sociedad chapaca”–, se ironiza sobre sus características y se reproducen sus patrones culturales. “En ese sentido, estoy satisfecho, creo que constituyen un relato acerca de un segmento social –al que pertenezco– que está cambiando y que está siendo obligado por las circunstancias a ser distinto”, nos comenta.
Las cosas importantes
Hay gente que verá esta película como una especie de revancha a un cierto tipo de cine-denuncia por el que los cineastas bolivianos prefieren apostar, pero no es así. La huerta tiene también una vena sociológica, pero a manera de comedia y no de drama.
La historia gira en torno a una familia tarijeña de clase media que atraviesa dificultades económicas…con todos los colaterales sociales. Un filme en el que se insertan el crimen y la sospecha. Imágenes que están “regadas con vino”, sazonadas con diálogos y escenas picantes; todo esto acompañado por la “cueca chapaca”. Elementos mostrados como signos de la identidad tarijeña.
De esa manera, en un primer plano, la cinta muestra los comportamientos típicos: el relacionamiento social en las fiestas y las “guitarreadas”, y el festejo de los cumpleaños. Todos aspectos muy importantes en la “cultura chapaca”. En un segundo plano, manifiesta la estrecha relación que existe en Tarija entre lo rural y lo urbano –básicamente en cómo lo rural se alimenta de lo urbano y cómo lo urbano idealiza lo rural–. Como plano de fondo, la película traduce los miedos, las obsesiones y los temores de la clase media tarijeña de cara a las transformaciones sociales que llegan con los nuevos tiempos.
Ya lo había dicho Ayala al presentar La huerta a un diario local: “Es una clase (social) que va perdiendo espacios, que se encuentra con una realidad que ya no es la de antes; (realidad) que no entiende bien, por lo que no puede manejarla”.
Al hablar de los personajes de la cinta, Rodrigo Ayala cree que, básicamente, todos forman al final un mosaico completo que deja ver la personalidad del tarijeño: “Chapaco Falso –una de las figuras masculinas secundarias más relevantes– es, a través de la negación, el que afirma los rasgos generales del tarijeño”. En la película, este personaje no sabe bailar, no toca instrumentos, no cuenta chistes; en definitiva, no ha desarrollado una vocación expresiva, aspecto que es un rasgo central en la vida de los tarijeños tanto del campo como de la ciudad. Por su parte, “Martín es el personaje anverso: tiene una visión existencial de la vida, muy propia de cierta generación de los años setenta. Mirtita es parte de las subélites tarijeñas (aquella de las provincias) cuyo objetivo central es integrarse a lo que se considera la “crema y nata” de la ciudad; es un fenómeno que se da todo el tiempo. Y Pepe es el patriarca familiar”, nos ilustra el realizador.
Según el cineasta, las tres comedias están basadas en anécdotas y leyendas urbanas de Tarija. “Allí puedes encontrar temas que son importantes para los tarijeños: relaciones intergeneracionales (Día de boda), relaciones entre hombres y mujeres (Historias de vino, singani y alcoba), y la familia extendida (La huerta). Si escarbas un poco, encontrarás en ellas la presencia de personajes emblemáticos de la vida cultural y social tarijeña de los últimos años, como el caso del Gringo Limón o de Toto Vaca. En Tarija-Valle Central hicimos una recopilación documental y testimonial que ha pretendido retratar a esta región desde su formación natural hasta sus principales rasgos culturales”, cuenta cuando se le pregunta sobre cómo se documenta Rodrigo Ayala para hacer sus películas.
Tarija, más allá de La huerta
De antepasado prusiano, hijo de tarijeña, paceño de nacimiento, el tema de la identidad es algo que no parece problematizar de manera personal a Ayala Bluske; sin embargo, es un tema que alimenta a sus películas. No por nada Tarija y lo tarijeño es un elemento recurrente y distintivo en su producción. Lo entrevisto en medio de sus ocupaciones en el canal 9 de Tarija, sus ensayos políticos y sus proyectos fílmicos.
Se dieron algunos momentos en la historia tarijeña en que sus ojos, como sociedad, estaban más orientados hacia el sur, concretamente, se dice que los tarijeños habrían preferido estar más dentro del mapa argentino. ¿Esta mentalidad se mantiene o ha cambiado en el último tiempo?
Rodrigo Ayala Bluske (RAB): Creo que hay mucha especulación sobre ese tema, pero muy poco en concreto. En toda la historia de Tarija jamás una personalidad importante o algún movimiento político planteó la secesión de Bolivia; como sí se insinuó, me parece, con la “Nación Camba” en Santa Cruz. Tarija nació con sólidos nexos económicos con Potosí, del cual era uno de sus principales proveedores de alimentos, y ese vínculo con el resto de Bolivia se sigue manteniendo en sus sectores productivos más importantes (la vitivinicultura, el azúcar, el aceite en el Chaco, etc.). Por otra parte, la enorme migración que se ha producido en los últimos años (sobre todo población quechua de Potosí) ha hecho que los nexos con otras regiones se incrementen. Pero está claro que hay una afinidad comercial y cultural con el norte argentino, sobre todo con Salta. Es una ciudad con la que los tarijeños han desarrollado un vínculo similar al que los paceños tienen con Arica, por dar un ejemplo.
¿Cuál es la marca que deja el vino, el singani y el gas en el carácter departamental y en la personalidad del tarijeño?
RAB: La vitivinicultura resume lo mejor de las cualidades productivas de los tarijeños: se trata de un sector que ha crecido, ha ganado el mercado nacional y ha mejorado en calidad, en base a esfuerzo; sin el apoyo del Estado y a pesar del contrabando que es muy fuerte en el sector. Con el gas, creo que todos los bolivianos, no sólo los tarijeños, caemos en el “rentismo” y el “extractivismo” que han sido característicos en nuestra historia. La ecuación a la que nos enfrentamos los bolivianos es la de poder aprovechar los recursos que nos da el gas, desarrollando nuestra producción. En 20 años veremos los resultados. En todo caso, hay que decir que el vino y el singani se adecuan muy bien al carácter de los tarijeños; somos un valle que tiene mucho de mediterráneo, no sólo en el clima, sino también en el carácter y ciertos rasgos culturales.
¿Con qué valores y principios se identifica hoy el tarijeño como individuo y con cuáles otros como pueblo, es decir, como sociedad?
RA: La cultura tarijeña del campo vive alimentando a la de la ciudad y la cultura de la ciudad vive añorando el campo. Es por eso que los tarijeños se identifican con el río y la campiña; están muy ligados a la naturaleza. El tarijeño es expresivo porque el vehículo de expresión artística que está en sus raíces es la copla. Para un campesino tarijeño es casi inconcebible no saber “coplear” y a esta expresión se asocian otras como el humor, los instrumentos típicos, etc. En la cultura tarijeña pervive la solidaridad, la importancia de la familia ampliada, es decir, primos, compadres y allegados. Sin embargo, el que haya crecido tan rápido en los últimos años hace que se acentúe el individualismo y una mayor mercantilización.
¿Es La huerta… Tarija? o ¿están otros aspectos que no pudo abarcar dentro de los confines de una cinta de hora y media para describir la idiosincrasia chapaca?
RAB: Por supuesto que La huerta no es todo Tarija. Abarca (la película) tan solo un segmento social en circunstancias determinadas. Además, como toda obra artística, tiene una visión parcelada, sesgada de la realidad, de acuerdo con determinadas motivaciones. Pero sí creo que retrata a los sectores tradicionales de la clase media tarijeña, un sector que está mutando según los vientos que vive el país. Si la revolución del 52 “liquidó” a la “feudal-burguesía” como sector dominante en Bolivia, los resultados de la crisis estructural que hemos vivido en los últimos años están disolviendo lentamente a la clase media tradicional y creo que la obligarán poco a poco a fusionarse con las nuevas clases medias emergentes, que traen consigo otros valores y otra idiosincrasia.
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