Una novela sin figura central. Si algo así fuera posible…
La historia del porqué recién comento ahora este libro, a pesar de que se publicó ya el 2009, encaja bien con esta “novela de nueve cuentos”. Un día de esos una amiga vino a cenar a casa. Llegó con varios regalos y un vino en la mano. Se quedó hasta tarde. Jugó con su copa de vino y las uvas rojas de la mesa; habló mucho de libros, de la editora de aquel entonces; y, otra vez, sobre escribir, aunque sin mencionar a Daniel Kehlmann. Ni en el desayuno, ni tampoco al ponerse el abrigo antes de irse, sólo en el último minuto sacó de su cartera un libro cuidadosamente envuelto: Fama. “¡Ay, cómo pude olvidarlo! Lo compré especialmente para ti, es lo mejor que he leído”. Yo no reconocí el libro, nunca antes lo había visto. Los otros sí: F y La medición del mundo (cada extranjero alemán en Bolivia lo recibe de regalo en algún momento). Poco después me senté en el sillón y empecé a leerlo. Fue cuando me di cuenta de que ya lo había leído y de que lo había olvidado por completo. Hasta hoy no sé cuándo, ni dónde, y tampoco qué ejemplar leí. En ese momento, no me acordé de la trama; nada del libro había quedado, ni siquiera en mi folder de notas sobre los libros leídos. Nada. Y eso para mí es algo insólito. Como leí después en una entrevista con la revista Spiegel , Kehlmann dijo que el libro trataba “del olvido de algo, de la desaparición, de la pérdida o de la disolución”.
Para los apurados resumo: La historia es palpitante. El libro tiene 200 páginas y, por suerte, hay algunas escenas de amor. De no ser así, la obra quedaría desperdiciada entre las lecturas obligatorias de las clases de alemán. La trama transcurre durante el 2009 y tiene lugar en todos los continentes a excepción de Australia. Mujeres y hombres emergen por igual.
Para los menos apurados tengo aún algunos apuntes: Para quienes alguna vez sondearon en las profundidades de la historia literaria, querer superarla (“al menos una vez en la vida”) es toda una tentación. Por lo menos en sus formas más complejas (el Soneto de los sonetos de Robert Gernhardt), los denominados “círculos narrativos” también forman parte de esta categoría.
Así se llaman a las historias individuales que tienen sentido por sí mismas pero que, al mismo tiempo, están alineadas de tal manera que se apoyan mutuamente y adquieren una significación como conjunto, aunque ésta sea distinta. De este estilo forman parte la Torá, Decamerón y Heptamerón. Seguro usted ya entendió por qué casi ningún escritor lo intenta bajo ese formato. Simplemente porque el nivel es demasiado alto. Ese fue el primer apunte. Por cierto, son “nueve” cuentos, historias, novelas, o como se los quiera llamar, unidos por Kehlmann. Sobre ese número usted podrá googlear hasta la próxima Navidad y seguirá encontrando nuevos significados.
En general, respecto a las novelas de la historia literaria, a parte de nítidos pronunciamientos en cuanto a la forma, se ha dicho mucho también sobre su esencia. Milan Kundera, quien empezó a escribir cuando ya existían las películas, dijo por ejemplo que “una novela debe tratar sólo de aquello que no se puede representar de otra manera más que dentro de una novela”. Esto suena inofensivo y poco claro, sin embargo, es un dardo hacia el amplio terreno de los libros norteamericanos y los cursos de “escritura creativa”: “Show, don’t tell”. Éste es el actual credo en el escenario de libros que hace que todo –enseguida– se ponga listo para ser llevado a la gran pantalla. También se podría decir: mercadeo de contenidos.
Daniel Kehlmann, cuyas obras también han sido llevadas a la gran pantalla, sólo que con más esfuerzos, se atreve a describir nuevamente sus figuras con sentimientos: alguien “se asombra” y no “tuerce los ojos”; en otro personaje “brota la indignación”, en vez de que la figura “apriete los puños”. Le estoy agradecida de corazón por ese renacimiento. Ese fue el segundo apunte. Incluso el Fausto de Goethe viene a cuento porque, a quién le guste hacer elucubraciones, en el libro de Kehlmann encontrará algunas figuras conocidas de la memoria literaria: incluso a Satanás le fue asignado un pequeño rol secundario.
Una mirada desde los papeles secundarios a la figura central lleva al tercer apunte: la no existencia de un personaje protagónico. “Una novela sin figura central. Si algo así fuera posible”, reflexiona uno de los protagonistas en la página 25, y así describe más o menos el montaje del ensayo. Quienes siguen NIEMANDSLAND están pensando seguramente en Tierra de conquista de Christoph Hein, un autor al que le gusta –para modelar sus figuras centrales– que una serie de “conocidos” las describa. Personajes que pasean alrededor de los protagonistas, como si éstos estuvieran en un museo. Son figuras principales, incluso sin hablar. En Fama es diferente, pero tampoco es tan fácil como piensa el sujeto de la página 25. Creo que las leyes de las dinámicas grupales son también válidas para los cuentos y que, de cualquier grupo, no importa que tan homogéneo sea, uno siempre reconocerá al macho alfa. Así, la mirada del lector recaerá automáticamente en el individuo de la página 25, quien, para colmo, se llama Leo Richter, y a quien un germanista denominaría un narrador narrado.
Parece que Kehlmann tiene una opinión similar, pero lo dice de forma más elegante. Con gran talento, el autor ata con fina cuerda a sus figuras. Un sabio lazo que nos lleva a nosotros, los lectores, a través de nuestros escritorios y, de vez en cuando, nos deja volver a emerger entre las páginas. La figura central de Kehlmann es, en el trasfondo, el creador de la historia. Kehlmann lo llama “un dios de segunda clase”.
Creo que es suficiente como para despertar la curiosidad. También hay lindas mujeres, claro.
Para mí ya es hora de lavar las copas, antes de que el vino se seque en ellas. Luego colocaré el libro en el último rincón: “Por favor, vuelve a desaparecer para que pueda descubrirte nuevamente”, le susurraré al hacerlo.
Daniel Kehlmann
Fama
Editorial Rowohlt, Reinbek
Edición de bolsillo, 202 páginas
ISBN: 978 3 498 035433
Franziska Sörgel
Traducción: Antje Linnenberg
Adaptación al español: Teresa Torres-Heuchel
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